Gertrudis Gómez de Avellaneda
Cubana de cuna, Gertrudis Gómez de Avellaneda fue la poeta romántica por excelencia de la lengua española.
CREADORAS LETRAS
Por ello —y aunque principalmente hizo cultivo de lírica y drama— es la leyenda el género con el que se la homenajea en nuestro libro. Noche, misterio, suceso sobrenatural. La leyenda, como narración oral o escrita, con una proporción de elementos imaginativos y que generalmente quiere hacerse pasar por verdad o basado en la realidad. Este intento de leyenda no atiende a la verdad en sí, pero sí lo hace el hecho de que Tula fue la primera mujer en presentar candidatura a la RAE y la primera, por ende, en ser rechazada.
La que fuera mujer más importante en España por entonces tras la reina Isabel II no calaba sin embargo del todo entre sus semejantes del mundillo literario, aunque su valía era irremediablemente reconocida. El hecho de ser mujer despertaba mucho recelo, y cuando su amigo y mentor Nicasio Gallego falleció dejando desierta la letra Q, habiéndola propuesto a ella para el relevo, un tira y afloja entre literatos se sucedió bajo un ambiente de críticas y artículos en publicaciones de la época. Gertrudis tenía las de perder. El Conde de San Luis también había sido propuesto para el mismo sillón y…perro no come perro.
Precisamente fue en 1849 José Luis Sartorius, Conde de San Luis, quien instauró el Teatro Español como establecimiento del Estado, hasta entonces Teatro del Príncipe. Para participar en los acontecimientos de la inauguración del teatro como recinto protegido, se reestrenó el Saúl de la Avellaneda, reduciendo la obra de cinco a cuatro actos, entre otros cambios. Precisamente situamos a Tula a los alrededores del teatro, en la hoy llamada Plaza de Santa Ana, que legalmente no fue llamada así hasta hace poco. Vulgarmente, sin embargo, siempre lo fue, ya que allí estaba el convento de Santa Ana en honor a Santa Teresa de Ávila. El teatro en época de la autora quedaba oculto hasta entonces por la calle del Príncipe, la plaza realmente no era plaza como tal aún hasta esta fecha.
En octubre de 1849 se inauguró el teatro en su nuevo estado, y el 29 de ese mes se estrenó Saúl. La representación se hizo de modo espectacular, con todo tipo de lujos en los decorados y en el atrezzo, puesto que el Conde de San Luis contribuyó a los gastos, muy interesado porque resultara una representación brillante. La relación con él y muchos otros pasaba de la amistad a la rotunda rivalidad, pues obtener un puesto en la Academia era – y sigue siendo – muy anhelado por los literatos. ¡Qué osadía que una literata tuviese también tales pretensiones!
Por ello Tula entra en cólera. Y con razón. Ataca inmisericordemente a las Academias a las que llama «barbudas», porque en ellas lo más importante y valorado sería tener ese atributo físico, distintivo de la masculinidad. «Como desgraciadamente —ironiza— la mayor potencia intelectual no alcanza a hacer brotar en la parte inferior del rostro humano esa exuberancia animal que requiere el filo de la navaja, ella ha venido a ser la única e insuperable distinción de los literatos varones».
Tras la derrota siguió haciendo lo que mejor se le daba: escribir y sobrevivir, porque Tula era una mujer acostumbrada al dolor tras tantas pérdidas de maridos, hijos y sueños. “La ignorancia y la tontería ajenas se lo negasen, que aunque tiene nombres femeninos, no son por eso mujeres»: esto contestó sobre las murmuraciones hacia su persona tras serle negada la entrada a la RAE.
El elemento sobrenatural que acompaña a este intento de leyenda tampoco es baladí: la aparición de Santa Teresa como madre de las escritoras, primera referente que viene a recorrer la admiración de todas las autoras en este libro, desde Carolina Coronado, pasando por Pardo Bazán hasta Carmen Martín Gaite. Y es precisamente un elemento de consuelo su aparición ante Gertrudis en un momento como este – vejada, rechazada: “Darse del todo al todo, sin hacernos partes”. Así propone Santa Teresa el desasimiento de la persona como requisito que le permite crecer en el amor, otra vocación irrenunciable. El desasimiento es la virtud que genera la libertad afectiva y efectiva respecto a las criaturas y a uno mismo. Y encuentra su sentido en la medida que es el camino que conduce a la persona a apropiarse de la libertad. Pero sobre todo, la persona recorre este camino de desasimiento, porque se siente amada por Alguien que llena su vida. Damos todo por el que Es Todo, por el Dios con nosotros (Jn 14, 6). De ahí que el desasido se encuentre ya como en un cielo, pues “se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo” (C 13,7). Devota, católica y creyente número uno de la Santa…qué mejor final que un desasimiento para Tula. “Sólo Dios basta”. Un consuelo, quizá, para afrontar no tener sillón en la RAE. Se tiene a Dios, y con eso una se sobra y se basta.
Como apunte final rematar el guiño del lema de la Real Academia Española: “Limpia, fija y da esplendor”. Habrá que hacerles ver, incluso en pleno 2021, que hay que limpiarse un poco el patriarcado, fijarse nuevos horizontes más igualitarios, darle otro esplendor a la casa de la lengua castellana, que bien falta le hace.