Carmen Martín Gaite

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¿Era la Martín Gaite una maniática? Realmente, ¿quién aquel que escribe no tiene sus manías? ¿Quién no aquel que vive, sin más? ​

CREADORAS LETRAS

Se dice – y de ello hay una certeza que la cercanía con la contemporaneidad de la autora nos ofrece los datos documentales en periódicos, entrevistas televisivas, etc – que siempre escribía a mano, con buena luz natural, a ser posible que le entrasen por la derecha. Para ello hacía mudar los muebles si hiciese falta, porque encontrarse en el lugar idóneo para escribir lo es todo. Posiblemente por eso también gustaba de aislarse en la casa familiar de El Bolao, a los pies de la sierra del Guadarrama, fuera del bullicio de la capital ociosa.

 

Probablemente no fueran esas las únicas manías de Carmen. Y podía tener las que quisiera, porque ella se lo podía permitir todo. Premio Café Gijón en 1954 por su novela El balneario, Premio Nadal en 1957 por Entre visillos, finalista del premio Biblioteca Breve de Narrativa de 1962 por Ritmo Lento, Premio Nacional de literatura por su obra El cuarto de atrás en 1978 – primera mujer en recibirlo, y volviéndolo a obtener en 1994 por el conjunto de su producción – Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988.  

 

En este capítulo que inaugura nuestro libro se mencionan casi todas sus obras cumbres, porque hay mucha Carmen todas ellas y todas apuntan a una constante en su creación: los papeles femeninos de Martín Gaite son el modelo de mujer de posguerra condenada a una vida sin aspiraciones más que aquella de casarse y tener hijos. Por eso la abulia, la desazón y la rareza abarcan el espectro de cada mujer que su pluma dibuja. Y por ello todas – como ella – tienen algo de excéntrico. Así la alojamos en el Hotel Palace, como ella aloja a uno de sus personajes de Ritmo lento allí, atendiendo a otra manía conocida de la autora que era no otra que la de reservar una habitación de hotel cuando estaba a punto de acabar una novela para darse el gusto – el lujo, la excentricidad – de poner el punto y final allí. Y todo ello no puede sino recordarnos también a su primera novela breve, El Balneario, donde la protagonista se aloja en un hotel, especialmente cuando en el relato se activa el código de lo extraño, tan usado por la autora en sus historias.  Todo parece indicar que estamos en un escenario normal – banal, incluso – hasta que algo extraño sucede. Unos pasos, la sombra de una niña que juega y nos conduce a una calle, a un portal, a una placa, a la espina dorsal de este libro. No es baladí que Creadoras se abra con este relato: desde él se abren muchos temas presenten en la esencia del proyecto. Desde el proceso de escritura hasta las referentes, esa necesidad de las creadoras de tener a sus antepasadas en la memoria.

 

Y es que Carmen Martín Gaite no ocultó que fue, como muchas niñas de su generación, una gran fan de Celia, el personaje creado por Elena Fortún. Como a tantas otras, Celia – o sea, Elena, o sea, Encarnación – le enseñó a leer. Niñas que estaban condenadas a un futuro de ama de casa, porque la vida práctica para las mujeres de posguerra era casarse, como así la misma Martín Gaite lo indicaría en su libro Usos amorosos de la posguerra. Como su novela más icónica, Entre visillos, narra a esas niñas de pueblo que no tienen otra aspiración que ver la vida desde la ventana mientras que ellos planean sus futuros llenos de oportunidades. 

 

Pero Carmen rompió con eso para sí. Probablemente porque siempre conservó su ‘cuarto de atrás’, ese cuarto que describe en la novela de nombre homónimo, el cuarto de juegos de su infancia que durante la guerra pasó a ser despensa de ‘porsiacasos’, una alegoría cruda de lo que significó la infancia en millones de niños de la España de entonces. Ese cuarto que Carmen siempre mantuvo en la memoria, como ella decía, siempre había que dejar abierta la puerta al cuarto de jugar – así se lo hubieran arrancado – y es lo que siempre hizo. Salir a jugar con sus personajes bajo su código de lo extraño, darles a esos personajes femeninos el diálogo interior que necesitan, hacer de ellas unas excéntricas, como la protagonista de Irse de casa, poetizar los dolores de esquina, esos trozos de calle que se le clavan a una en la memoria, como explica en Lo raro es vivir, en fin, imponerse al destino. Porque lo importante, como Carmen nos indica en su libro Pido la palabra, es no dejarse alcanzar por el infierno de los otros.