María de la O Lejárraga

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Cuando se estrena ‘Canción de Cuna’ el 21 de febrero de 1911 en el Teatro Lara de Madrid, María Lejárraga tiene unos 36 años y andaba en plenitud creativa.

CREADORAS LETRAS

Nos la imaginamos entre el público, en la humildad del anonimato, mientras su marido sale glorioso a recibir los aplausos. Aquel año su creación recibe el premio de la Real Academia Española como la mejor obra de la temporada teatral 1910-1911, y es Gregorio Martínez Sierra —quien legalmente la firmaba— el que recoge dicho premio. 

 

María decidió rehusar su nombre como autora cuando, tras la publicación de su primer libro Cuentos breves en 1899, su familia le puso poco entusiasmo a su hazaña. Aquel dolor de la indiferencia la llevó a tomar la decisión de no reconocer su autoría, pero no de dejar de escribir. 

Criada en Carabanchel Bajo (concretamente en la calle de la sombra), donde su padre ejercía la medicina, se crió bajo las pautas educativas de su madre, de profesión maestra y seguidora de los modelos educativos ingleses, así como las ideas de la Institución Libre de Enseñanza. Que su hija naciese literata, prodigiosa y con tendencias socialistas no era una excepción, quizá por ello el hecho de que publicase un libro de cuentos no conmovió el amor de sus progenitores ni siquiera para engrandecer su orgullo.

 

Pero la vida literaria de María no hace más que comenzar un año después de este desengaño, en 1900 cuando contrae matrimonio con Gregorio Martínez Sierra. Ambos inician un tándem que los llevará al éxito, aunque ella se autocondene a las sombras. Qué más daba, autora es la que escribe, ¿no? Lo cierto y verdad es que esta vetusta tendencia al anonimato femenino es en María Lejárraga una rareza: ella lo pacta, lo decide y lo afronta desde, supuestamente, su decisión motivada por no querer el aplauso, a diferencia de cómo se ha venido sucediendo el anonimato femenino a lo largo de la historia, es decir, por el hecho de que las mujeres tenían negado —o en mejores escenarios, dificultado— el acceso al mundo literario. ¿Sería un juego? ¿Una estrategia para tener más éxito, atención, ventaja? Vanessa Montfort, autora de la obra Firmado Lejárraga, escribe: «El hecho de que María Lejárraga no firmara sus obras se debe a una tormenta perfecta: no está preocupada por trascender sino porque trasciende su obra y luego una serie de grandes condicionantes externos: como la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, la prohibición de su nombre durante el exilio, tanto real como su seudónimo». Sin embargo, no era desconocido que María fuese quien estuviera detrás de las obras de su marido, incluso de algún que otro autor más. En 1930, Gregorio firmó un escrito en el que reconocía la coautoría de su mujer, pero él reclamaba estos derechos para sí.

 

En un giro entre capítulos, otra de nuestras autoras se cuela en escena. Ahora, María Lejárraga y Elena Fortún salen del Lyceum Club, ubicado en la Casa de las Siete Chimeneas, actual Plaza del Rey en Chueca. Era el lugar de encuentro de la élite cultural femenina, encabezada por María de Maeztu, y a sus integrantes las llamaban «las maridas», en otro giro misógino de los acontecimientos, pues muchas de ellas eran esposas de hombres intelectuales de la época. Elena Fortún, quien también decide firmar con pseudónimo cogiendo su nombre literario de una novela de su marido, Los mil viajes de Elena Fortún, debate con su amiga —en una conversación imaginada— aquello de la importancia de firmar con su nombre.

 

María forjó una amistad profunda con el compositor Manuel de Falla, y fue ella quien escribió el libreto de El amor brujo

 

«Que gobiernen el mundo a medias con ellos, ya que a medias lo pueblan».

 

Pero María era mucha María, con o sin autoría. Sus andanzas la llevaron a la política, convirtiéndose en 1933 en diputada  por Granada al Congreso de la II República, en las primeras elecciones que contaron con la participación de las mujeres. Sus ideas feministas, motivadas por todo el ambiente sufragista que le rodeaba, le llevó a dar discursos y declaraciones de un nivel de compromiso excelente con la causa femenina y la igualdad:  “Sin que el espíritu femenino colabore con el masculino en la confección de la ley, nunca será ella ni justa ni completa”.

 

María Lejárraga pasó por el exilio tras la Guerra Civil. Volviendo a Monfort, ésta señala tres exilios: «… el emocional, en Niza, donde se retira voluntariamente para no vivir de cerca los rumores sobre su matrimonio; el de la guerra, cuando se exilia a Francia, a Suiza, más tarde a EEUU y finalmente a Argentina. Como consecuencia, sus libros y su firma fueron prohibidos; y el exilio de la memoria…».

 

María se separa de Gregorio sobre 1922, aunque mantienen la amistad y la colaboración profesional. Tras la muerte de Gregorio en 1947, vuelve a escribir tras un tiempo de pausa forzada por una complicada operación de cataratas, y a partir del año siguiente comienza a usar para firmar sus textos el nombre de María Martínez Sierra. También tuvo que reclamar la autoría de su obra para poder cobrar los derechos de autor que habían pasado a la hija ilegítima de Gregorio.


Quizá dos de sus obras más personales lleguen entonces: Una mujer por los caminos de España (1949) y Gregorio y yo, medio siglo de colaboración (1953). En este último, da pruebas de un documento firmado en 1930 por Gregorio Martínez Sierra, con testigos de por medio, en el que declara que las obras son compartidas, a los efectos legales. Muchos documentos confirman que las novelas las escribía ella.